Azul y no tan rosa pide un fin a la intolerancia en Venezuela

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El domingo ganó en España el Goya a la Mejor Película Iberoamericana, después de 15 años sin que ningún título venezolano pasara las pruebas hasta las nominaciones.

Pero lo logró con su ópera prima «Azul y no tan rosa» (2012), una película que tardó cuatro años en escribir, producir y dirigir y que habla sobre la intolerancia y el reconocimiento del otro, la paternidad homosexual, el amor y la reconciliación con el hijo después del abandono.

En simultáneo, el fin de semana de la premiación, el estado andino de Táchira, en el oeste de Venezuela, bullía en protestas estudiantiles. Todavía esta semana las manifestaciones se extendieron a la vecina Mérida y a Caracas.

Ferrari subió esa noche a recibir la estatuilla con todo el elenco, parte del equipo técnico y el presidente del Centro Nacional de Cinematografía. Pronunció un discurso cargado de emotividad y nervios, en el que agradeció también a los organismos del Estado que ayudaron a financiar la película. Dio vivas al cine español y a Venezuela.

goya
Crispación
Un discurso normal en un país normal, pero la crispación tensa cada vez más la cuerda en Venezuela. Las preferencias políticas, polarizadas entre el chavismo y la oposición, aun en ausencia de Hugo Chávez, siguen siendo muy difíciles de evitar en cada tema de la vida diaria.
En las redes sociales prevaleció, como en los medios, una mayoritaria felicitación por el premio, pero no faltaron quienes echaron en falta en el discurso de Ferrari palabras contundentes sobre la crítica situación venezolana y hasta increparon su opción política.

Por otro lado, el presidente Nicolás Maduro se apresuró a celebrar el premio vía Twitter. La Villa del Cine, productora del Estado vista por sus críticos como generadora de cintas propagandísticas a favor del gobierno, se atribuyó parte del logro en tanto coproductora y retuiteó expresiones que decían que el Goya «es otro logro de la Revolución».

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«Ha habido intentos de politizar mi película y yo no voy a caer en esa trampa. Porque en primer lugar soy un creador y yo les hablo a todos, a cualquier ser humano, independientemente de la opción que tenga, aunque piense diferente a mí. Esa es la premisa de mi película», responde a BBC Mundo, sentado en uno de los salones de un lujoso hotel del centro de Madrid.

El de «Azul y no tan rosa» es el segundo gran reconocimiento al cine venezolano, después de que la película «Pelo malo», de Mariana Rondón, ganara La Concha de Oro del festival de San Sebastián el pasado septiembre. Una polémica más grande apareció después de que Rondón diera unas declaraciones al diario El País en las que afirmaba que «Chávez comenzó esta guerra» y que luego desmintió.

«Nunca utilicé tema políticos, no era mi intención», asegura Ferrari. «Porque se hizo con el corazón y con mucho respeto. La mayoría de los mensajes son de amor y de felicitación por sentirse orgullosos del premio que es para todos y no de una sola parcialidad», agrega con los ojos vencidos por el cansancio luego de las entrevistas que no ha parado de dar en los últimos tres días.

Una metáfora del país
«La dimensión de lo que es este Goya quizás mucha gente no lo sabe. Es una de las categorías más reñidas de este premio, entre 18 países iberoamericanos, lo mejor de cada país. Llegar a las cuatro nominadas ya es un triunfo y ganar el Goya es un logro importantísimo y es una buena noticia para un país que atraviesa dificultades».

La historia transcurre entre Venezuela y España: un treintañero homosexual tuvo un hijo en su adolescencia en Caracas y no lo vio crecer; la madre se fue a Madrid con él y no pudo cuidarlo cuando ya había cumplido los 15 años: lo envió con su padre a la capital venezolana para que se encargara de él. La cinta habla sobre ese reencuentro.

Pero aunque el guión tiene como eje la paternidad homosexual, el mensaje principal, dice Ferrari a BBC Mundo, no es el del reproche del muchacho por la orientación sexual del padre, ni el de la brecha generacional, sino el del abandono y la ausencia, temas universales.

¿Por qué están siendo reconocidos por jurados internacionales estos temas en el cine venezolano que tienen relación directa con la intolerancia pero que a su vez son temas diferentes al único gran tema que domina la agenda venezolana?

Es una metáfora, lo que intento hacer, de nuestro país. Para decirles a todos que es a través del amor que podemos llegar a reconciliarnos. No hay otra vía.

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¿Venezuela está lista para ese mensaje?
No lo sé, pero de alguna manera intento aportarlo desde lo que yo sé hacer, que es arte. Todas las herramientas y mi preparación para poner un grano de arena a favor de la inclusión, la no discriminación, el respeto que merece cualquier persona que piense diferente. Que todos seamos iguales, no porque lo diga la Constitución, sino porque de verdad se ejerza y se ponga en práctica . Todavía hay ciudadanos de primera y de segunda. Si no se legisla a favor de los matrimonios igualitarios, son ciudadanos de segunda porque no pueden ejercer un derecho civil.

Que es un tema que está en la Asamblea Nacional
Un tema que casualmente está comenzando a debatirse, pero decir la palabra homosexual en Venezuela hasta hace poco era un tabú. En los medios de comunicación es una cosa que no existe. También hay crímenes por homofobia en Venezuela. Lo que pasa es que eso no es noticia, de eso no se habla, eso no es comercial. El objetivo fundamental de un cineasta es llegar a la mayor cantidad de gente. Tienes que hablarle a través de las emociones, intentar conectar a ese espectador. Lo que pasó con la película fue fantástico precisamente por eso. El público conectó emocionalmente. El público está ávido de que se le hable de cosas diferentes, de cosas que forme parte de su cotidianidad, pero de verdad.

¿Estos son asuntos que se están quedando de lado y el cine venezolano está respondiendo a esa ausencia?
Totalmente. ¿Por qué «Pelo Malo» y «Azul y no tan rosa» son las películas que han triunfado fuera? Porque no son tan locales, son universales. Fíjate aquí mismo en Francia aquella actitud contra la ley de matrimonio igualitario. Y lo que está pasando en Rusia es terrible. Hay una nueva generación de cineastas que vienen con ideas más frescas, originales, con mucha más preparación. Eso es lo que está haciendo la diferencia de nuestro cine. Hay una mirada fresca, temas interesantes que explotar. Hemos avanzado y nos hemos equiparado técnicamente a cualquier película del mundo, pero los cineastas estamos mucho más preparados para escudriñar temas sobre gente de la que nunca se habla, por prejuicios.

También, dice Ferrari, la nueva ley de cinematografía nacional, que da prioridad a las producciones nacionales en las salas de exhibición, «ha ayudado mucho también a que el público venezolano se reconcilie con su cine nacional».

«Es una ley por la que lucharon cineastas en los setenta, ochenta y noventa, para que se aprobara. Estamos recogiendo esa cosecha. Cuanto más gente va a ver cine nacional, más vamos a solidificar las bases de una industria que es incipiente pero que va por buen camino», señala.

El beso
Miguel Ferrari, caraqueño de padres inmigrantes italianos, que no dice su edad con la excusa de que «los actores tienen la edad de sus personajes», estudió teatro en Venezuela y en ese campo se formó, aunque desarrolló una larga trayectoria como actor de telenovelas en las principales cadenas venezolanas, casi siempre como el villano o el antagonista. También actuó en numerosas películas nacionales.

Se fue a España en 1998 a estudiar dirección de cine y fue en 2008 cuando dio con la «primera gran idea» que es la de esta película ganadora del Goya, una coproducción con España.
Vivía en Madrid cuando en este país se aprobó la ley de matrimonio igualitario y dice que le sorprendió «de una parte de la población súper  conservadora que se opuso a la ley con posiciones que pensaba que se habían superado ya», sobre todo en el asunto de la adopción por parte de parejas del mismo sexo.

«Empecé a reflexionar. ¿Cómo sería en Latinoamérica, entonces, donde se comenten tantos crímenes por homofobia? Y comencé a investigar. Se me ocurrió hacer una película que transcurriera en Venezuela donde se hablara sobre la paternidad homosexual.
Vive entre Madrid y Caracas. Una de las veces que regresó a Venezuela después de seis años de ausencia y fue al cine a ver Kinsey (2004), la historia del sexólogo autor del famoso informe sobre el comportamiento sexual humano. En la película, que protagonizaba Liam Neeson, había una escena en la que el científico encarnado por él se besaba con su joven ayudante. El público, rememora Ferrari, abucheó la secuencia con una gran pitada y la mayoría abandonó la sala.

Con ese recuerdo escribió Azul y no tan rosa
«Dije: voy a hacer una película donde el protagonista se bese con otro hombre los primeros cinco minutos de la película. Mi gran reto va a ser mantener a los espectadores sentados en las butacas hasta el final y que terminen amando a los personajes. Eso fue lo que pasó».

Ferrari se reunió con un primer distribuidor que vaticinó que la cinta no tendría más de 60.000 espectadores porque concitaría rechazo, pero al final la taquilla se acercó a los 600.000.

¿La respuesta que tuvo la película es una manera de decir que la sociedad venezolana está buscando otras salidas?

Yo creo que esta película fue un punto de encuentro. Y hablo de la intolerancia en general. Todos la veían desde su propia óptica pero conectaban con ella. Hubo un acuerdo general de que la película tenía razón en su planteamiento. Hubo una reflexión sobre el punto en el que estamos. No se puede maltratar o discriminar a alguien por su orientación sexual.

[Fuente: BBC Mundo]

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