Para Liu Hua, de 50 años, los horrores de los campamentos de trabajo forzado están todavía frescos en su memoria. En los últimos siete años, ha sido enviada a campos de «reeducación a través del trabajo» un total de tres veces, por protestar contra lo que ella describe como la apropiación de tierras en su pueblo natal por parte del gobierno.
Durante su última estancia en estos campos, Liu hizo algo verdaderamente extraordinario: escribió un diario secreto documentando su experiencia.
Trabajaba unas 11 horas diarias haciendo trajes para los militares chinos y, cuando éstos no miraban, robaba piezas de tela para escribir su diario.
En su pequeño apartamento de Pekín extiende enfrente mío lo que parece una almazuela. Pero al mirar con detenimiento los trozos, que han sido cosidos el uno al otro, son en realidad entradas de un diario escrito durante un periodo de dos años.
El extraordinario documento es un listado de abusos. Una de las entradas, del 13 de septiembre de 2011, habla de cómo una prisionera es torturada por guardias con bastones eléctricos. «Su cara estaba púrpura después de que la golpearon», narra.
Sin juicio
Liu Hua escribió un diario secreto durante su detención en un campo de trabajo en China. Escribió cada entrada en trozos de tela, que luego eran sacados del centro por otras prisioneras que los escondían en sus vaginas, para que los guardias no los encontraran durante los cacheos corporales.
Liu también me enseña una pequeña bolsa roja. Dentro hay el pequeño cartucho de bolígrafo azul que usaba para escribir el diario. Escondió la pequeña bolsa bajo su axila. Por suerte para ella, los guardias nunca la encontraron.
Pedía a otras prisioneras que cuando fueran liberadas sacaran del campo las piezas de tela. Cuando Liu fue puesta en libertad las recopiló y las cosió todas juntas.
Las autoridades la sacaron de las calles de Beijing en 2010. Fue encerrada por protestar contra la expropiación de tierras, no hubo juicio y no cometió ningún crimen.
Durante su encarcelamiento, Liu dice que al igual que otras 400 mujeres en el campo, fue golpeada por los guardias. «Éramos tratadas como esclavas», me dice, «esclavas del Partido Comunista».
Como animales
A principios de noviembre, Pekín anunció la abolición de los odiados campos de trabajo para la reeducación, el equivalente a los gulags rusos.
En el pasado, delincuentes de poca monta y a menudo disidentes o personas que protestaban, podían terminar encerrados en estos campos durante cuatro años sin juicio alguno.
Liu trata de regresar a una vida normal de la mejor forma posible después de su experiencia, pero no puede olvidar lo que vivió.
«Nos trataban como animales», dice, «nosotros sólo queríamos que nos trataran como ciudadanas y tener derechos como cualquiera».
El cierre de los campos le da un poco de consuelo. Tal ha sido su desesperación que en el pasado trató de quitarse la vida.
Todavía cree que con campos o sin campos, el Partido Comunista encontrará la forma de encerrarla de nuevo.
[Fuente: El Nacional]