Hace unos años, hablando con un ex alcalde en medio de un enfrentamiento casi silente con su hermano (el aparente hombre fuerte de ese gobierno), y que en algún momento tuvo intenciones de perjudicarme apoyándose en la posición que ostentaba en ese momento, le reté diciéndole que lo intentara y le recordé que más valía maña que fuerza y que el poder le permitiría, como al mejor surfista, estar en algún momento sobre la ola, pero seguro, poco tiempo después, estar debajo de ella y tragando agua.
En recientes días, conversaba con unos amigos, uno de ellos, Frank el más fuerte y con calle del grupo, refiriéndose a alguien dijo: “Tiene cara de pendejo, habla como pendejo y parece pendejo, y entonces qué es… un gran pendejo”.
Le respondí que estaba equivocado, no solo por juzgar así, sino porque la realidad era diametralmente distinta a lo que él creía. Julia y Luis escuchaban atentos, Iván asentó con la cabeza y pude completar mis palabras.
Hay mucha gente convencida de que ellos son los duros en un mundo de bolsas, gente que se convence de que apalancados en algo de poder o en el poder mismo, quizás en la calle que tienen y la fuerza que derrochan en ella, son los bravos de la partida, lo más malucos, los que mandan. Gente que no le para a la máxima popular que inteligentemente afirma lo contrario: “Más vale maña que fuerza”.
Existen personas con necesidad de ser más fuerte que el otro, que tiende a esconder, tras aparente humildad, la soberbia de quien se cree dueño de la verdad, que además termina imponiendo por su posición o por la fuerza.
Gente que confunde el silencio y la pasividad de otros como debilidad y no como lo que es: una verdadera muestra de poder, enriquecida sobre todo con flexibilidad e inteligencia.
El que se convence de que el aparente pendejo es más débil, y actúa y se comporta en consecuencia con esa persona, pierde la oportunidad de conocer sus talentos y capacidades y de hacerlo su aliado, socio o amigo.
Cuando el que se cree más fuerte intenta repetidamente de imponer sus creencias, no cae en cuenta del error de dar a conocer aspectos de su personalidad, fortalezas pero más aún debilidades que el supuesto débil entiende con claridad.
Con frecuencia no es fácil manipular al supuesto débil. Mientras al poderoso, al fuerte, no le gusta escuchar y cierra las puertas al diálogo, el “más débil” con toda seguridad utiliza la palabra como herramienta permanente de comunicación.
El aparente débil es probablemente poderoso, pues casi seguro tiene el poder que da el saber hacer silencio, el poder del análisis y la reflexión que da la inteligencia racional, el poder de la paciencia para esperar el momento oportuno para hablar y actuar, pero sobre todo, tiene la ventaja que da el ser subestimado. Entonces, ¿seguro qué es pendejo?
En fin, ganarse la confianza de otros, que asuman una postura honesta, leal y hacerlos sentirse apoyados y comprendidos, es poder. Aceptar al otro tal cual es, ser respetuoso y sumar sus competencias a las propias en pro de un objetivo común, da mucho más poder que la imposición por la fuerza. Es así como suena.
@jjferminjr / J.J Fermín A.