Creo que hay muy pocas personas en nuestro país que no padezcan los efectos de una economía decrépita y avejentada, en la cual solo para la canasta básica se necesita más de dos salarios mínimos.
Quién no se ha sorprendido al momento de pagar en la caja de un supermercado, cuando por unos pocos alimentos y enseres que si acaso alcanzan para una semana, el total de la cuenta asciende a un aproximado de 700 bolívares fuertes; ésto simplemente por mencionar algo y enfocándonos en una clase “media”, que forma parte de las especies en vías de extinción, pero que muy irónicamente es uno de los grandes motores de la economía porque integra un alto porcentaje de la fuerza laboral. Gente que trabaja cada vez más duro, pero que por más que intensifique y multiplique sus actividades laborales, de igual manera su calidad de vida ha ido decreciendo y es cada vez más precaria.
Pero vamos un poco más allá, sólo un poco, y nos toparemos con sectores económicos conformados por millones de personas, muchas de las cuales apenas si alcanzan a alimentarse malamente una vez por día. Se ha insistido en ocultar – nunca he comprendido como ocultar algo tan grande – dicha pobreza y anunciar a vox populi con mucho orgullo que en nuestro país se acabó la pobreza extrema y se está trabajando para erradicar lo poco que queda de pobreza. En oportunidades al toparme con ese tipo de declaraciones siento confusiones y me pregunto si es que estoy leyendo la noticia de otro país.
Basta con darse un paseíto en nuestra capital por la carretera Petare-Santa Lucía, pasando Mariche, La Dolorita y nos encontraremos con La Lagunita, que muy lejos de ser la urbanización en El Hatillo, es uno de tantos sectores en los que se palpa de la manera más directa esa pobreza extrema que “no” existe, gente que no vive ni siquiera como se vive en las barriadas de los cerros caraqueños, que apenas si cuentan con un cartón como techo, que por supuesto no cuentan con cloacas ni agua potable, ni recolección de basura, ni colegios, que conviven día a día con enfermedades serias y contaminación severa, gente que muy afortunadamente cuenta con unas monjitas de la Congregación de La Madre Teresa que se han instalado allá y, que como verdaderas Santas ayudan a estas poblaciones, así como algunos curas Salesianos que llevan a cabo maravillosas labores gracias a personas de esa clase media que con mucho esfuerzo aporta una que otra cosa para que se les lleve a estas personas.
Lo bueno es que no tenemos que preocuparnos, porque todo esto que he escrito anteriormente “no existe”, así que no se aflija al leer estas líneas, porque “nada de esto es cierto”.
Y es que resulta que, en nuestro país el 90% de la población “se anda juntando un medio pa´ conseguir un real”, aunque algunos aseguren que “lo que pasa es que la velocidad de la producción es menor a la velocidad en que se incrementa la capacidad adquisitiva”.
Afortunadamente estoy muy seguro de que mientras continuemos trabajando con ese afán y esas ganas, saldremos adelante ayudándonos entre todos.
Enrique J. Mundarain Egui
Twitter: @emundara