Fernando Mello, propietario de un gimnasio, tenía que hacer malabarismos para que las maletas y bolsos no se le cayesen de su carrito en el aeropuerto internacional de Río de Janeiro. Mello era parte de una multitud de brasileños que regresaban con el botín obtenido en varios días de compras en centros comerciales y outlets del sur de la Florida.
La cartera de Michael Kors que había comprado la novia de Mello posaba arriba de cuatro maletas repletas, que simbolizan un poco el nuevo poder adquisitivo de los brasileños y su disposición a gastar su dinero en el exterior, sobre todo en Estados Unidos. El brasileño es el visitante extranjero que más gasta en ese país.
Los brasileños compran tantas cosas que la principal aerolínea brasileña, TAM, tiene que cargar más combustible en sus vuelos originados en Estados Unidos para sobrellevar el exceso de peso generado por las adquisiciones.
«Salimos con un par de maletas de mano», comentó Mello, quien tiene 30 años. «Vamos a Estados Unidos una vez al año, nos quedamos en buenos hoteles, pasamos una vacación espléndida y compramos de todo, porque es más barato que en Brasil».
Según las últimas estadísticas, los brasileños gastaron 5.900 millones de dólares en Estados Unidos en el 2010, en un fenómeno que está cambiando radicalmente viejos patrones migratorios y mejorando las economías de partes de Estados Unidos muy golpeadas por la crisis.
El presidente estadounidense Barack Obama instruyó hace poco al Departamento de Estado que agilice la concesión de visas a los turistas procedentes de Brasil, China y otras naciones con economías florecientes, cuyos ciudadanos viajan a Estados Unidos a gastar dinero y no se quedan.
Luego de décadas de hiperinflación, la economía brasileña se ha expandido al compás de los altos precios de las materias primas y del descubrimiento de grandes reservas de petróleo. Millones de personas salieron de la pobreza y aumentó significativamente la clase alta.
También creció la clase media, que incorporó a 40 millones de personas desde el 2003 y tiene ahora mayor acceso a tarjetas de crédito, préstamos bancarios y otras formas de crédito.
Otro factor que incide para que los brasileños compren en el exterior son las altas tarifas de importación, lo que hace que los productos sean muy caros. Además, los productos nacionales, por más que su calidad no sea de primera, son también costosos, por lo que comprar en el exterior es negocio redondo y los brasileños adquieren desde ropa y juguetes hasta productos de cocina e incluso jabones y shampoos.
El gasto promedio del brasileño en Estados Unidos fue de 5.400 dólares en el 2010, según el gobierno estadounidense. Segundos en la lista de extranjeros que más gastan están los brasileños con 4.300.
Unniverson Liborio, un chef brasileño de 60 años que vive en Nueva York, desembarcó en Río con bolsas repletas de juguetes para sus nietos y de 700 pañales desechables.
«Compré todo esto por unos 300 dólares», declaró Liborio, quien vive en Estados Unidos desde hace décadas. «Aquí no hubiera podido comprar ni la mitad de los pañales por ese dinero, y ni hablar de todo lo demás».
La diferencia de precios es particularmente notable en los artículos de lujo.
La cantidad de millonarios se triplicará de aquí al 2020, según estimados, y Brasil es visto ahora como el paraíso de los productos suntuarios. Empresas como Prada y Bottega Veneta están afanándose por penetrar el mercado.
Debido a las tarifas de importación, productos como carteras, zapatos, prendas de vestir y electrónicos caros pueden costar en Brasil varias veces lo que cuestan en Europa y Estados Unidos. El iPhone 4S de 16 gigabytes cuesta 1.515 dólares sin n contrato en el portal brasileño de Apple. Ese mismo teléfono se vende a 649 dólares en el sitio de Apple de Estados Unidos.
Es así que multitudes de brasileños colman el negocio de Apple del aeropuerto de Miami y que las muchachas de Ipanema se pelean por las carteras de diseñadores en la Quinta Avenida de Nueva York.
Es fácil distinguir al comprador brasileño. Son los que se pasean por los centros comerciales con maletas con rueditas y van de negocio en negocio, hasta que ya no les caben más cosas en la maleta.
Aristoteles Guimaraes, un paulista de 36 años, viajó hace poco a Miami por cuatro días con 4.000 dólares para gastar.
«Vine exclusivamente para comprar cosas para mi bebé», dijo Guimaraes en el centro comercial de Sawgrass Mill. Su esposa, quien está en el séptimo mes de embarazo, se quedó en casa. «Pienso comprar de todo. Las cosas cuestan un tercio de lo que cuestan en Brasil».
Su gran hallazgo fue un chochecito italiano que en Sao Paulo cuesta 1.300 dólares y que en Estados Unidos compró por 350.
Guimaraes ya había ido a Estados Unidos dos veces, la primera de ellas en el 2005, y dijo que ahora lo trataron mucho mejor en su hotel y en los negocios.
No es de extrañar. Los comerciantes se desviven por satisfacer a los brasileños.
«Gastan mucho», declaró Giovana Ennen, empleada de ventas de un negocio de maletas en Miami. «Le vendí 16 maletas a una familia de seis personas».
Agregó que algunos clientes brasileños aparecen por el negocio cada cuatro semanas y siempre se llevan mucha mercancía.
La invasión brasileña es alentada en parte por las facilidades que está dando Estados Unidos en la concesión de visas. En un discurso pronunciado en enero en Disneyworld de Orlando, Florida, Obama dijo que quería estimular la llegada de visitantes de países «con economías en rápido crecimiento, grandes poblaciones y clase media emergente», como Brasil.
Los cuatro consulados estadounidense de Brasil tuvieron que ajustar su rutina de trabajo para atender la creciente demanda. El año pasado comenzaron a atender pedidos de visa en horas de la tarde, ya no solo en la mañana, y cuando los pedidos de visas desbordan ese horario redoblado, han abierto horarios especiales fines de semana y feriados.
En el caso de Sao Paulo, la ciudad más grande de Brasil, el consulado estadounidense atiende hasta 3.000 solicitantes por día, lo que lo convierte en el de mayor movimiento en el mundo, según la oficina de prensa de la embajada en Brasilia.
Las cifras de visas son elocuentes: en 2001, Estados Unidos concedió 233.729 visas a brasileños y el número creció a 546.866 en 2010. Los datos de 2011 no han sido tabulados pero la embajada calcula que llegó a un millón de visas.
La depreciación del dólar estadounidense frente al real brasileño es uno de los grandes incentivos para visitar el país norteamericano.
La divisa estadounidense, que llegó a cotizarse a 3,6 reales a fines de 2002, es cambiado actualmente a menos de 1,75 reales, lo que permite a los brasileños aumentar su poder de compra en Estados Unidos.
Ello explica que en 2010 los visitantes brasileños gastaron casi 6.000 millones de dólares en viajes y compras a Estados Unidos, 30% más que el año anterior, según un informe del Departamento de Comercio norteamericano, que señaló que la tendencia creciente comenzó en 2003.
El trámite de visado es relativamente sencillo: Se completa un formulario y se lo envía por internet, pidiendo una cita para la entrevista de rutina. La persona puede marcar la hora de la entrevista en el momento de enviar el formulario. Las filas en el consulado se mueven rápido y hay funcionarios de la embajada que circulan entre las personas para orientarlas y ver si los documentos están completos antes de entrar a la entrevista. En la misma entrevista se le informa a la persona si la visa fue aprobada. En caso afirmativo, el pasaporte visado es enviado por correo en 48 horas.
La tendencia no da señales de mermar: el Departamento de Comercio estadounidense proyecta para 2012 al menos 1,5 millones de brasileños de visita en el país norteamericano.
El chef neoyorquino Liborio se sorprende de cómo han cambiado las cosas.
«Antes yo venía a Brasil de compras y me llevaba cuatro jeans por el precio de uno en Estados Unidos», comentó. «Ahora vengo con toneladas de cosas y me voy sin nada».
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