«Siembra un árbol, escribe un libro y ten un hijo”, es una idea que contrasta con el ciclo natural; “Nacer, crecer, reproducirse y morir”, tiene arraigo porque ofrece trascendencia y nos hace sentir que somos capaces de mantenernos presentes aún cuando partamos. Es la obra de tu vida.
Ambas citas dan por norma la creación, privilegiando la descendencia, por lo que seguramente todos coincidimos respecto a la ilusión que representa el alumbramiento de cada hijo. Ese libro en blanco que espera por una guía que oriente su camino y lo enseñe a ser independiente escribiendo en él las claves que lo conducirán por cada camino que emprenda. He aquí el meollo del asunto, parece que las claves no están claras y los valores que sembramos se están torciendo por un velo de amor confundido, que en lugar hacer volar, mutila.
En el afán de proveer satisfacción, bienestar y protección, hemos emprendido esfuerzos monumentales que incluso pueden involucrar sacrificios de varias generaciones. Nos estamos convirtiendo en esclavos de unos seres sin conciencia, a los que hemos venido atrofiando, y en lugar de capacitarlos para la vida, día a día los hacemos carga y lastre por nuestros propios complejos, egos y cobardía.
Es así que el resultado de nuestra obra fundamental, la más valorada y la de mayor proyección y responsabilidad, en muchos casos es incapaz de resolver las cotidianidades más simples. Hagan la prueba; deje a su hijo o hija de 15 o hasta 20 años, ¡eso sí, sin celular!, en cualquier calle de la ciudad y pídale que llegue a su casa… ¡No saben! Nunca han tomado transporte público, no lo hemos permitido. Díganles que escojan unas verduras para hacer una sopa, o pídales que le ayuden en un trabajo elemental de mecánica, plomería, electricidad, o tan sólo que limpien, lustren o laven sus zapatos… ¡Tampoco!
Los volvimos unos inútiles déspotas que lo tienen todo y que pueden incluso tener la osadía de despreciarnos porque la vanidad les vendió un modelo televisado al que no nos parecemos.
Ante nosotros una generación de autómatas sin criterio, unos mutantes del mundo digital, eruditos del WhatsApp y la Tablet, idólatras de San Google, seres que desprecian la experiencia y creen saberlo todo, pero que cuando un caucho del carro se pincha no saben otra cosa que llamarte para pedirte que resuelvas esa tragedia. Unos verdaderos Analfabetas del Oficio, de los que creen que un sancocho se hace en microondas y que la TV por suscripción, el Internet y los demás servicios de sus casas son dones de la naturaleza, pues nunca han visto una factura ni el esfuerzo que hay tras ello para pagarlas.
Luego, en medio de nuestra conflictividad política, alguno los llama hijitos de papi y mami, y nos ofendemos sin percatarnos que somos artífices de una obra recreada en tubo de ensayo, que no tienen las herramientas para enfrentarse a un mundo hostil, agresivo y despiadado, que lejos de aprender bajo el ala de los padres, solo podrán obtener la experiencia que les garantice supervivencia con el roce que el mundo real puede ofrecer.
Criticamos un modelo populista de paternalismo social del estado que escuda a todo el que no se esfuerza y lo impulsa a culpar a otro de sus desgracias, sin darnos cuenta que en ese micro estado social que es cada familia, somos igualmente formadores de desvalidos, condenados para siempre a vivir de la protección del estado en unos casos, y de unos padres que no serán eternos para otros.
¿Podrías partir tranquilo y satisfecho con la obra que dejas?
Gonzalo Vallejo
@gvallejob
La Tribuna de Macondo