La dictadura de la propina: recompensar un buen servicio

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Jimmy’s No. 43 es mi bar preferido del East Village. Es una cava oscura, con mesas apretadas y ambiente tabernario. La barra cuenta con una docena de grifos de cerveza, la especialidad de la casa, que rotan cada semana. Si no sabes qué pedir entre los distintos tipos de lúpulos y fermentaciones, el camarero lo resuelve con una charla y la degustación de un par de variedades locales.

Camareros-de-cine-Frankie-y-Johnny

A un par de manzanas está el Village Pourhouse, un bar como tantos otros en este barrio: pantallas enormes con fútbol americano o béisbol, comida grasienta, tiradores con cervezas comerciales y universitarios a los gritos. La camarera no dice ni hola, abre la boca mientras mastica chicle, no presta atención a la espuma y cuando dice el precio no mira a la cara.

Tanto ella como el camarero de Jimmy’s se llevarán su propina.

Las «tips» o la «gratuity», como aquí se llama a la propina, es algo tan incorporado a algunas transacciones comerciales, que a veces uno se olvida de su esencia –recompensar un buen servicio-. Sorprende al recién llegado y al turista que la norma sea añadir dólares al precio cuando quien realiza el servicio, en muchas ocasiones, no aporta valor añadido. ¿Por qué pagar propina por servir una copa de vino? ¿O por llevarme en taxi del Flatiron a Wall Street?

La lista de ocasiones en las que se da propina no deja de crecer: al camarero, al taxista, a la peluquera, al repartidor de pizza, a la que hace las uñas, al guardarropa, a los músicos de un bar… Es el resultado de un sistema –para algunos perverso- en el que el salario de estos trabajadores, o un porcentaje importante, recae en los clientes. Sus empleadores nos endilgan esa responsabilidad.

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Esta semana se ha incorporado otro grupo de trabajadores a la propina: la cadena de hoteles Marriott ha empezado a dejar un sobre en sus habitaciones con el siguiente mensaje: «Gracias por hospedarse en Marriott Hotels. Nuestro servicio de habitaciones ha disfrutado al procurares una estancia cálida y confortable. Por favor, deje una propina si lo desea para expresar su agradecimiento por sus esfuerzos». La palabrería se resume en un nuevo intento por repercutir el salario del personal al cliente.

Acostumbrarse al sistema de propinas requiere un proceso. La primera fase es de sorpresa. La segunda, enfado, con conatos de rebelión aplacados por quienes llevan más tiempo en el país. La tercera, aceptación, a la que ayuda que el servicio en EE.UU. oscila entre lo correcto y lo excelente. Es difícil que alguien expuesto a propinas no dé un trato educado, aunque pueda ser seco o indiferente.

Sistema injusto

Pero lo peor del asunto es que, como explica un artículo de Vox, elsistema de propinas es injusto e ineficiente, para todas las partes: los trabajadores que viven de propinas tienen más posibilidades de vivir por debajo de la línea de la pobreza que los que tienen un salario regulado (son el 12,8% frente al 6,7% en EE.UU.); el sistema es profundamente antidemocrático y enraizado en una tradición aristocrática; no sirve a su función original –recompensar un servicio- como demostró un estudio en 21 restaurantes, que concluyó que «la propina apenas está relacionada con la calidad del servicio» y no motiva al camarero a hacer un mejor trabajo; la propina también es discriminatoria, ya que los datos dicen que se recompensa menos a trabajadores de minorías raciales; y en muchas ocasiones crea un clima negativo entre los empleados que perjudica al negocio.

Algunos restaurantes han empezado su guerra para acabar con la práctica. Sushi Yasuda, al lado de la estación Grand Central, y Per Se, uno de los mejores restaurantes de la ciudad, son dos ejemplos en Nueva York, aunque hay casos por todo EE.UU.

Este mismo fin de semana, en la barra de algún bar, quizá me plantee la desobediencia civil a la propina.

Fuente [Abc.es]

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