Los rastafaris que siguen esperando por la «tierra africana prometida»

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En 1948 el emperador Haile Selassie entregó 200 hectáreas de tierra en Shashamene, 225 kilometros al sur de la capital, Addis Abeba, a la gente negra de Occidente que lo había apoyado en su lucha con la Italia de Mussolini.

Los primeros colonos en llegar fueron judíos afroamericanos, pero pronto se trasladaron a Liberia o Israel.

Después de ellos, en 1963, llegó una docena de rastafaris. Y los números se abultaron aún más después de que Selassie realizara una emotiva visita a Jamaica, tres años más tarde.

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Adoración

La adoración de los rastafaris a Selassie tiene su explicación. El líder del movimiento por la conciencia negra, Marcus Garvey, dijo en 1920: «Miren a África cuando se corone un rey negro, el día de la liberación estará cerca».

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Cuando Selassie fue coronado emperador, 10 años después, muchos pensaron que las palabras de Garvey se habían hecho realidad.

Otra creencia ampliamente sostenida por los rastafaris es que eventualmente volverán a África, el continente que sus antepasados dejaron hace mucho tiempo, a bordo de barcos, como esclavos. Y bastante seguido, según Erin MacLeod – autora de Visions of Zion: Ethiopians and Rastafari in the Search for the Promised Land- «de vuelta a África» en realidad significa «de vuelta a Etiopía».

Hoy en día hay unos 800 rastafaris en Melka Oda, cerca de Shashamene, así como unos pocos en la capital, Addis Abeba, y en la ciudad de Bahir Dar. Pero, ¿cómo ha resultado la vida para ellos en Etiopía? Y, ¿qué dicen los etíopes de sus vecinos rastafari?

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El «ganja» o marihuana es considerada una hierba de significado religioso.

En 1974, el régimen comunista Dergue derrocó y encarceló a Selassie, que murió al año siguiente y comenzó a purgar todos los vestigios de la dinastía imperial.

La tierra fue nacionalizada, incluyendo la tierra concedida a los extranjeros en Shashamene, y algunos colonos rastafaris huyeron.

Incluso hoy en día, mucho después de la caída del Dergue, Selassie sigue siendo una figura polémica en Etiopía, y muchos miran con recelo a los rastafaris que lo veneran.

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«Hay personas que tienen un amor extremo hacia Selassie, el líder de la modernización que tanto hizo por el país, pero otros dicen que era un representante de un imperio colonial, seducido por la opulencia de Europa y no condujo al país de una manera equitativa», dice MacLeod.

Ha habido otros problemas también.

Uno de ellos es «ganja» -marihuana- considerada como una hierba de significado religioso por los rastafaris, que a veces se refieren a ella como la «hierba de la sabiduría» o «hierba santa».

En Etiopía, por el contrario, se considera como una droga peligrosa, comparable a la heroína o la cocaína, dice MacLeod.

Sólo unos cientos de rastafaris viven en las afueras de Shashamene hoy en día.

La policía etíope a veces ataca el asentamiento rastafari en Shashamene en busca de marihuana, cuenta, a pesar de que el khat, una hoja estimulante ampliamente masticada en el país, es más perjudicial, según algunos expertos.

También es lamentable que la tierra entregada por Selassie a los rastafaris se encuentre en una región poblada por el pueblo Oromo, cuyos integrantes alegan haber sido oprimidos durante años por la comunidad dominante en Etiopía, la Amhara, a la que pertenecía Selassie.

«A nivel local, en Shashamene, los rastas apoyan al emperador, que, a los ojos del pueblo Oromo, representa un poder central coercitivo», asegura Julia Bonacci, investigadora rastafari del Instituto de Investigación para el Desarrollo, con sede en Addis Abeba.

«En una región que sigue marcada por una historia de alienación de la tierra y de dominio económico y social, los símbolos del poder imperial no son bienvenidos».

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Integración

Los rastafaris han logrado, hasta cierto punto, integrarse con la población etíope local.

Algunos se han casado con etíopes, pero en general estas parejas etíopes no han adoptado la fe rastafari.

«Ella no me discute mi fe y yo no le discuto la suya. Ella es protestante», dice Vincent Wisdom, un hombre rastafari cuya mujer es etíope. Ninguno de sus cinco hijos tampoco comparte su fe. «Dos de ellos son ortodoxos y uno de ellos es protestante, los otros son demasiado pequeños», cuenta.

MacLeod ha conocido una sola etíope, Naod Seifu, quien se convirtió a la religión rastafari.

«Solía tener rastas pero me las tuve que cortar para trabajar», le dijo.

«En Etiopía tener rastas es señal de mal comportamiento y se ve como inapropiado». Además agregó que cualquier etíope que creyera que el rey tenía un origen divino era considerado como «loco».

Cuando MacLeod visitó por primera vez Shashamene en 2003, se sorprendió de lo que encontró.

«No se parecía en nada a lo que me habían descrito. No es una ciudad rastafari. Tiene 100.000 etíopes y sólo unos pocos cientos de rastafaris, que viven en la periferia,» cuenta la autora.

Son muchos más los rastafaris que vienen a Etiopía de vacaciones, ya sea para peregrinar una vez en la vida o para estancias regulares.

«Algunos vienen una vez al año o cada dos años y dicen tener permanentemente ‘un pie en Etiopía'», cuenta.

Incluso la mayoría de aquellos que viven en el país conservan sus pasaportes estadounidenses o canadienses o británicos para que les sea más fácil viajar al extranjero. Tener doble nacionalidad, es decir, obtener un segundo pasaporte etíope, nunca ha sido posible.

La mayoría de los etíopes aún consideran a los rastafaris extranjeros, o «ferenjoch», dice MacLeod.

Sin embargo, Etiopía, siempre será la tierra prometida de los rastafaris, asegura.

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Fuente [Bbc.co.uk]

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