Parkinson: avances en investigación y retos futuros

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El pasado 11 de abril se celebró el Día Mundial de la enfermedad de Parkinson, la segunda patología neurodegenerativa más frecuente en mayores de 65 años después del alzhéimer. Para pasar revista a los avances producidos en investigación clínica y básica en los últimos años y a los futuros retos para hacerla frente en las próximas décadas se celebró en la Real Academia de Medicina una jornada divulgativa coordinada por los doctores Carmen Cavada y Fernando Reinoso.

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Entre los principales retos, lograr biomarcadores que permitan la detección precoz de esta patología, destaca María Cruz Rodríguez-Oroz, profesora de investigación del Ikerbasque de San Sebastián y directora de enfermedades neurodegerativas del Instituto de Investigación Sanitaria Biodonostia. Cuando el párkinson da la cara, aclara, «incluso con el primer síntoma que un neurólogo pueda notar, ya se han perdido entre el 50 y el 60% de las neuronas dopaminérgicas». La falta de dopamina, neurotransmisor esencial para el movimiento, provoca los síntomas motores característicos de esta patología: el temblor, la lentitud de movimientos y la rigidez muscular,que el cerebro logra compensar hasta que se supera ese umbral de muerte celular.

Contagio célula a célula

El descubrimiento a finales de los 90 de genes asociados a la enfermedad de Parkinson familiar, aunque representa sólo un 5-10% del total de casos, ha sido fundamental para «conocer qué proteínas y rutas metabólicas están implicadas en la muerte de las neuronas dopaminérgicas. Y esto ha abierto muchas líneas de estudio», explica esta experta. Uno de los hallazgos más destacados fue el del gen de la alfasinucleína, la proteína que se acumula en las neuronas productoras de dopamina cuando enferman. Su plegamiento anormal es una característica distintiva de esta patología.

Al hilo de estos hallazgos genéticos se ha podido averiguar que la alteración molecular de la alfasinucleína se «propaga» desde las células enfermas a las sanas. Es lo que se conoce como teoría priónica. Este mecanismo es el responsable de que cada vez haya más células que enferman. Y el contagio no se limita sólo a las neuronas que producen dopamina, explica María Cruz Rodríguez-Oroz, también afecta a otras neuronas. «Esta transmisión célula a célula se sospechaba que ocurría pero no se sabía cómo. Y un importante avance ha sido saber que la alfasinucleína patológica puede pasar de una neurona afectada a otra vecina y desencadenar el mismo proceso degenerativo».

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Este es uno de los motivos por los que los trasplantes con células sanas en pacientes de párkinson «no parecen el tratamiento más eficaz», aclara Rodríguez-Oroz. La idea era introducir células productoras de dopamina sanas para que repusieran este neurontransmisor. Pero al cabo del tiempo estas células sanas acababan enfermando por acción de la proteína mutada del paciente. Por eso el trasplante de células no parece una opción terapéutica viable, explica Rodríguez-Oroz.

Frenar el avance

Otro de los retos fundamentales para los próximos años es el de prevenir este «contagio», con el objetivo de frenar la progresión de la enfermedad o incluso curarla. «Ya hay estudios encaminados a disminuir la agregación de la alfasinucleína, que forma los cuerpos de Lewy característicos de la enfermedad. Incluso hay un ensayo en fases iniciales con una vacuna que inmuniza a los pacientes con anticuerpos frente a esta proteína», avanza Rodríguez-Oroz.

Buscar una forma de hacer visible a esta proteína en las pruebas de imagen o detectarla en el líquido cefalorráquideo facilitaría los cribados en personas con síntomas que se asocian a esta patología pero que son muy frecuentes en la población general, como estreñimiento, depresión o trastornos del sueño, o más raros como la hiposmia (reducción el olfato). Unos avances que María Cruz Rodríguez-Oroz no descarta que veamos al final de la próxima década.

Lo último: cirugía para «resetear» el cerebro

Estimulación cerebral profunda. Los tratamientos orales para reponer la dopamina que falta tienen una eficacia limitada. Después de unos años, a medida que van muriendo más neuronas, el efecto se reduce a unas pocas horas y no desaparece el temblor o la torpeza motora de modo estable. Además, aparecen movimientos involuntarios incontrolables y bloqueos en el movimiento. Desde Finales de los 90 la estimulación cerebral profunda ha demostrado ser el tratamiento más eficaz. Este tratamiento quirúrgico logra poner orden en la actividad neuronal: «La falta de dopamina supone un cambio importante en los patrones de funcionamiento del cerebro y hace que las neuronas descarguen de manera desordenada y sin la sincronía adecuada. Al colocar un electrodo, la corriente resetea la actividad neuronal», explica María Cruz Rodríguez-Oroz. Esto permite reducir la medicación casi a la mitad. Se piensa en ella después de muchas modificaciones en el tratamiento y como última opción, «privando a los pacientes de varios años con mejor calidad de vida», destaca.

Fuente [Abc.es]

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