Rameet Chawla, un programador centrado y ecuánime, se unió a Instagram y se encontró con un problema: como no le daba like a las publicaciones de sus amigos, ellos pensaban que los estaba rechazando. Él sólo había entrado a Instagram para “fanfarronear humildemente” sobre su vida (#humblebrag), no para estar alimentando los egos de sus conocidos, pero ahora lo tenían bloqueado. Así que Chawla decidió crear un bot para que se arrastrara por su muro dando like automáticamente a todos lo que los demás postearan. El resultado: se volvió increíblemente popular, el número de sus seguidores se fue al cielo. Era famoso, incluso alguien lo detuvo a media calle para comentarle lo maravillosas que eran sus fotos.
Somos adictos a los likes. Experimentamos un fuerte síndrome de abstinencia cuando no tenemos nuestra droga. Los retweets son tan adictivos como el crack, mientras más aprobación tenemos más necesitamos.
El reporte Ford 2014 sobre tendencias de consumo, señala que el 62% de los adultos a nivel mundial reportan una mejor autoestima después de tener reacciones positivas en las redes sociales. “Nuestra persona online está más necesitada que nuestra persona real”, concluye Tom Gara en el Wall Street Journal. Los selfies son el terreno más delicado. Si nuestra propia imagen no recibe la reacción que esperamos, oscuras nubes empiezan a nublar nuestros pensamientos.
Si el perro de Pavlov babeaba con el sonido de una campana, ¿qué es lo que un adicto a los likes hace cuando su teléfono vibra? Su cerebro debe estar recibiendo la dopamina que tanto le gusta. Todos hemos estado ahí, posteando algo y esperando cómo el tiempo transcurre gota a gota hasta que llegan las primeras reacciones. Y entonces viene el desencanto, la frustración, o el estremecimiento del triunfo. La espiral de inseguridad parece cada vez más vertiginosa después de un post o un tweet muy exitoso. Gastaste los cinco minutos de fama que te regalo Andy Warhol, y ahora te encuentras enterrado bajo tu propia sombra.
Cuando una persona inicia una relación, su ritmo de interacción decrece al borde de la muerte clínica (según un estudio de Facebook’s Data Science). Lo que es más, las pocas interacciones restantes tienden a expresar emociones positivas. La redes sociales pueden ser un refugio para los solitarios, la respuesta de extraños y conocidos, su consuelo.
Por supuesto, no hay regla sin excepciones. Hay quien recurre más a las redes cuando las cosas van bien en su vida. Hay mil formas de demostrar felicidad en las redes sociales, de restregarle en la cara a los demás lo bien que la estás pasando, pero no hay forma sutil de lamentarse, no queremos dejar rastros de sangre mientras nos arrastramos entre la manada de lobos. La tristeza parece siempre algo demasiado serio. Entonces, quizá exista un rasgo distintivo de personalidad que diferencia a aquellos que están apáticos y silenciosos en sus momentos más tristes, de aquellos que pueden hacer exquisita poesía en los rincones más oscuros del jardín de sus sentimientos. ¿Y acaso no odiamos secretamente a los que pueden hacer eso?
Los likes son señales sutiles, como el guiño que inicia un coqueteo, o la forma en que un fiel acosador hace notar su presencia. Te vuelves obsesivo, te gusta ver la lista de los que te siguen, te metes a sus perfiles cuando no los conoces, teniendo esa sensación de estar abriendo a escondidas cajones en una habitación ajena. Hojeas sus álbumes de fotos (quizá hasta te robas alguna), echas un ojo a todo lo que cuelga de sus muros.
Por eso la adicción a los likes viene con una sensación de vergüenza, que solo parece diluirse al recordar a tus amigos que son aún más adictos. Pues, ¿quién nunca ha experimentado el deseo de ser gustado, realmente gustado, sólo un poco más de lo usual, sólo por una vez? O el horrible vacío de haber sido exitoso una vez y después ser abandonado en el desierto de la indiferencia.
[Fuente: pijamasurf.com]