Para crear la lámpara de lava, Edward Craven Walker se inspiró viendo un adorno hecho de agua y aceite que estaba en el lobby de un hotel rural. Y en septiembre de 1963, creó una empresa, llamada Mathmos, para investigar, desarrollar y comercializar su invención.
Mathmos -llamada tras la sustancia de lava que se ve en la película de culto Barbarella- va a celebrar su cumpleaños 50 el próximo mes con la gigante instalación de una lámpara de 200 litros de líquido en Londres y el lanzamiento de una edición diseñada por la viuda de Craven, Christine Baehr.
«Edward era muy entusiasta, centrado, lleno de ideas», dice Baehr. «Cuando se le ocurría una idea, la llevaba hasta el final».
Mucho antes de los días del crowdfunding y los realities sobre emprendedores, persuadir a los posibles inversionistas era una hazaña.
«Como es algo tan completamente nuevo, tienes que convencer a la gente de que vale la pena, sobre todo cuando se trata de vender», recuerda Baehr. «Algunas personas pensaban que era absolutamente terrible».
Además, en ese tiempo las comunicaciones eran distintas. «No teníamos ninguna tecnología como internet», le dice a la BBC. «Literalmente, tuvimos que dar la vuelta en una camioneta».
Sin embargo, la voz sobre las lámparas de colores brillantes, con sus fascinantes formas de cera, que se hundían a causa del calor de las bombillas de tungsteno, se extendió rápidamente.
A mediados de la década de 1960, las lámparas aparecieron en la popular serie Doctor Who. Otra serie de ciencia ficción, The Prisoner, las utilizó y en 1980 llegó a Hollywood, en Superman III.
«¿Cuándo nos dimos cuenta de que todo iba realmente bien? El día que una tienda llamó por teléfono para decir que Ringo Starr (el baterista de los Beatles) había entrando y compró una lámpara de lava», asegura Baehr.
Monotonía después de la guerra
El atractivo inicial de la lámpara de lava fue en parte que era una rebelión contra la monotonía del diseño de interiores de la posguerra, cuando los colores brillantes eran demasiado caros para la fabricación a gran escala, asegura el arquitecto Dan Hopwood, miembro del Consejo del Instituto Británico de Diseño Interior.
«De repente había todos estos nuevos métodos de impresión y coloración; todos los colores ácidos empezaron a llegar; fue bastante emocionante», dijo sobre el comienzo de la tendencia de la psicodelia.
«¿Alguna vez has estado dentro de un interior de los años 40? Parece lodo».
Pero como todas las modas, las tendencias con el tiempo llegaron a su fin y las lámparas se dejaron de vender.
Sin embargo, a mediados de la década de 1980, cuando recordaban las lámparas, Cressida Granger las vio cuando estaba buscando nuevas mercancías para su puesto de muebles vintage en un mercado de Londres.
Al ver lo bien que se vendían se puso en contacto con un fabricante para volverlas a producir, y así fue
A fines de 1980, Granger ya era directora general de una importante firma dedicada a las lámparas, que decidió renombrar Mathmos.
Patentes, copias, competencia
Se encontró con un problema: la patente que tomaron los Craven Walker para proteger su invención expiró después de 20 años.
Sin embargo, para suerte de Granger, el mundo aún no lo había notado, y a la vuelta de la esquina había una nueva generación de amantes de la lámpara de la lava, los estudiantes universitarios británicos de la década de 1990.
«Las personas no se dieron cuenta que la patente se había acabado», dijo.
«Cuando la gente se dio cuenta, teníamos un montón de competencia, pero tuvimos un hermoso período de monopolio en los años 90. Fue un caso de tiempo oportuno, lugar adecuado y producto correcto».
Granger cree que la empresa vendió más durante este período de reactivación que en el momento inicial, en la década de 1960.
A pesar del secretismo de la compañía sobre los ingredientes exactos de su fórmula, copias baratas pronto comenzaron a aparecer desde Asia.
Mathmos, sin embargo, se mantuvo firme.
«Era mucho más barato hacer lámparas de lava en China», dice Granger.
Objeto de lujo
«No estamos apuntando a hacer las lámparas de lava más baratas en el mundo; nuestro objetivo es hacer las mejores», sentencia Granger.
Eso se refleja en el costo del producto. Los precios de una lámpara de Mathmos comienzan en US$70 en su propia página web, mientras que un sitio web llamado World Lava cuesta US$15.
El mercado de los coleccionistas, sin embargo, también está floreciendo, según el colector Anthony Voz, que dirige el sitio web Flow of Lava.
«Lo más valiosos tienden a ser series de producciones que fueron limitadas: las que no fueron tan comercialmente exitosas. También los colores raros, las lámparas astro de edición limitada, las piezas que son históricas: lámparas del 63, 64, 65», dice a la BBC.
«Estamos hablando de varios cientos de libras. Y las grandes de piso llegan a los miles».
Voz planea lanzar un museo virtual dedicado a todo lo relacionado con lámparas de lava este año.
«En eBay hay un mercado enorme», dice. «Fui contactado por un hombre que vive en Singapur; tiene 10.000 lámparas. Es una locura, porque una vez tienes una, las quieres todas».
El próximo reto de Mathmos, la primera dama de las lámparas de lava, probablemente será la eliminación gradual de las bombillas de tungsteno, que se utilizan para calentar el fluido pero ahora son mal vistas por consumir mucha energía.
«Tenemos una patente pendiente de una nueva lámpara de lava», revela Cressida Granger enigmáticamente.
[Fuente: BBC Mundo]