De las figuras que circundan el mar de la literatura, hay una sumamente poderosa que reposa en las arcas de los mejores discursos que el hombre ha pronunciado.
Una herramienta que puede rallar en lo subjetivo y objetivo a la vez, así como nadar hasta la orilla de la persuasión, luego de un chapuzón en el subconsciente de su público, llegando a entrometerse en las aciagas mentes de quienes no comparten el despliegue retórico al que han sido sometidos.
La reiteración, tan simple como compleja, es un universo de posibilidades que conlleva al posicionamiento del mensaje. Para lograr una retención de lo que hemos dicho, no hay artilugio más preciso y presto a colaborar que la repetición. Reiterar es volver y volver a subrayar lo estratégico dentro de nuestro palabrerío. Jamás la reiteración puede ser antítesis de la argumentación, armonía y síntesis. Todas fluyen en el mismo rio. Todas comparten orígenes genéticos.
En el discurso político, la reiteración enriquece el porcentaje de captación, acrecentándolo. En el esquema publicitario, la uniformidad y estratégica repetición (parte de un plan), inserta en el subconsciente del público un mensaje previamente pensado y elaborado, que estimula la adquisición de un bien o servicio.
En ambos sentidos, este poderoso instrumento de batalla proyecta nuestras capacidades y nos distingue del resto. Para hablar hay que organizar las ideas. Tanto caos, crisis y problemas ocasionados por la imprudencia que vale sólo referir las relaciones internacionales actuales de Venezuela, como un ejemplo de lo que no se debe hacer al hablar.
Pensar, canalizar, editar y luego abrir la boca. En este diseño de la comunicación la reiteración habilita grandes oportunidades a una palabra antes utilizada en este mismo texto: posicionamiento. Los buenos oradores, aquellos que tras sus palabras dejan una estela de opiniones, reseñas, comentarios y consecuencias, conocen lo necesario de la reiteración. Si iniciamos una importante conferencia y no definimos la idea principal, no la cuidamos del resto de argumentos y soportes, no la protegemos de ese oyente poco atento, perdemos nuestro tiempo y el del auditorio.
Miles son los dirigentes de esta sociedad que por no estar bien formados al hablar, salen a la calle a decir barbaridades y disparates. Incluso, muchos de ellos, con sobradas razones, defienden causas justas, loables. Pero, valga que nunca falta el acusado “pero”, su mensaje no llega, se deshilacha entre las marramuncias del murmullo por no estar bien estructurado.
A veces vergüenza, a veces impotencia. Cuando uno escucha tantos políticos representantes de algún sector ciudadano hablando en balde por no pensar lo que dicen, no detenerse unos segundos a descargar las ideas en un ambiente previo al micrófono, siente más retroceso en este golpeado país.
Recordamos. En los accidentados primeros pasos de la democracia venezolana, la nación se honró en tener oradores ilustres, poetas en el Parlamento y relacionistas que deslumbraron al mundo con sus oportunos planteamientos. Hoy, luego de 14 años que abalaron la deformación del discurso político por parte de los ramplones representantes del corrompido poder rojo, cenizas quedan de aquel experimento tan importante para la modernización de América.
Y son esas cenizas, que en las manos de la pujante juventud criolla, redoblarán esfuerzos por reavivar la llamarada de la democracia en momentos tan turbios.
Los últimos años se ha reiterado la demagogia, el populismo y la incapacidad para atender cada aspecto de la vida en sociedad. Las palabras no se pensaron y más daño no se le ha podido hacer a Venezuela. La Patria requiere pensamientos ordenados, emisores preparados y un gran espíritu por proteger los mensajes que nos llevarán al cambio.
Ángel Arellano / @angelarellano