Nos gusta creer que somos personas independientes, que no condicionamos nuestro bienestar a lo que hagan los demás y que sólo lo que nos afecta directamente altera nuestro estado de ánimo. En definitiva, y como cantaban Alaska y Dinarama, a quién le importa. Sin embargo, como pone de manifiesto un estudio publicado esta misma semana por la Universidad de Colorado, en Boulder, nada más lejos de la realidad. Parece ser, como indica la principal conclusión de la investigación, que cuanto más practicamos sexo, más felices nos sentiremos. Pero si sabemos que hacemos más el amor que nuestros vecinos, nos sentiremos aún mejor que si simplemente lo practicamos con asiduidad. La envidia no es un pecado únicamente español.
El estudio realizado por el sociólogo Tim Wadsworth hace especial énfasis en el carácter relativo de la felicidad, frente a los valores absolutos. El autor indica que es bien conocido que diversos factores como los ingresos, el bienestar marital, el sexo y otros factores influyen en la felicidad percibida, pero que no se ha explorado con suficiente amplitud cómo nos comparamos con los demás respecto a estas cuestiones. Básicamente, seguimos midiendo nuestra satisfacción comparándonos con los demás y no tanto por lo que sentimos que debería ser nuestra vida, especialmente en lo que concierne al sexo.
“El incremento general en el sentimiento de bienestar se encuentra asociado con practicar sexo más a menudo”, declaró Wadsworth en la nota de prensa publicada junto al estudio. “Pero esto también tiene un matiz relativo. Tener más sexo nos hace felices, pero pensar que tenemos más sexo que los demás nos hace aún más felices”.
Mirando por la ventana del vecino
Los sociólogos estadounidenses han utilizado los datos recogidos entre 1993 y 2006 por el General Social Survey, el gran barómetro estadounidense nacido en 1972, para llevar a cabo su investigación. 15.386 parejas fueron el objeto de la investigación. Por supuesto, como cabría esperar, aquellos que no habían practicado sexo durante los últimos doce meses reportaban una satisfacción mucho más baja que aquellos que lo hacían al menos dos o tres veces al mes, un 33% más felices que aquellos. Según aumenta la frecuencia, más felices son las parejas: los que mantienen un ritmo de un coito a la semana reportaban hasta un 44% más de satisfacción, y los que aumentaban esta frecuencia hasta las dos o tres veces cada siete días, un 55%.
En definitiva, la frecuencia del sexo y la felicidad son directamente proporcionales, un dato que a pocos cogerá por sorpresa. Lo que resulta más chocante, especialmente para nuestras concepciones habituales de la felicidad, es que aquellos que piensan que sus hábitos sexuales son más reducidos que los de los que los rodean manifestaban sentirse hasta un 14% más desgraciados. Esto es lo que ocurría con aquellos que hacían el amor dos o tres veces al mes, pero pensaban que sus vecinos lo hacían cada semana. Aunque el dato en absoluto era positivo, la comparación originaba un sentimiento negativo. La tendencia a compararnos con los demás sigue, por lo tanto, vigente. Según elconfidencial.com
“Por lo general, no bajamos la vista y nos vemos mejor que los que están peor que nosotros, sino que miramos hacia arriba y así nos sentimos insuficientes e inadecuados”, indicó el profesor, que localizó esa tendencia a igualarnos por lo alto en un gran número de las parejas investigadas. Por supuesto, esta idea conduce a una lógica pregunta: ¿de qué manera puede una pareja saber cómo se comportan sus vecinos (o, mejor dicho, parejas con similares características) en lo que concierne a sus hábitos sexuales? El investigador señala diferentes razones.
Por una parte, que las conversaciones sobre las relaciones sexuales personales son cada vez más frecuentes en los grupos de amistad –es la forma en que recibimos la mayor información sobre este tema–, y por otra, que los medios de comunicación han permitido el acceso a una información sobre hábitos sexuales mucho mayor que la que se tenía hace tan sólo unos años. Por ejemplo, se indica en el propio estudio, revistas como Cosmopolitan, Glamour o Man’s Health publican con frecuencia los resultados de encuestas sobre las costumbres sexuales de las parejas, por lo que basta con recurrir a ellas para alegrarnos por nuestra prolífica actividad en la cama o apenarnos por nuestro déficit sexual.
¿Es atractivo un hombre solo en una isla desierta?
“Las comparaciones sólo son significativas si tenemos alguna idea de cómo se comportan los demás”, concluía Wadsworth, que recordaba que no se puede hablar en términos absolutos en lo que refiere a la felicidad, sino en relativos. “De esa manera, sólo podemos ser ricos si hay otros que son pobres, y sólo podemos ser sexualmente activos si los demás son inactivos”. Somos criaturas sociales, indica el investigador, y nuestro sentido de la identidad sigue dependiendo de los demás.
Una de las actividades que este profesor de sociología realiza con sus alumnos, en su primera clase, es solicitarles que se describan a sí mismos con tres adjetivos. Algo, en apariencia, sencillo. Cuando cada uno lo ha hecho, la pregunta es la siguiente: “¿tendrían algún significado dichas palabras si fueses el único habitante en una isla desierta, o son adjetivos que nos comparan con los demás?” La respuesta, en la mayor parte de casos, es esta segunda posibilidad. El hombre es lo que es en función de los demás, por mucho que nos guste pensar sobre nosotros mismos en términos absolutos.