Una de las cosas que despiertan las fiestas decembrinas en la humanidad es la fe y esperanza de que sólo cosas buenas estarán por venir en los siguientes 365 días del año; además de que con esfuerzo y quizá, con un poco de «ayuda divina», podremos salir delante de ese problema que nos aqueja desde hace tiempo y que probablemente no nos ha dejado vivir en paz.
Es por eso que no debería extrañarnos que en este mes, la gente haga alusión de increíbles historias que han sido catalogadas como «milagrosas» (gente que superó la peor de las adversidades, reencuentros extraordinarios, obtener lo que tanto deseamos, entre muchas otras cosas).
Pero, ¿habías pensado que la Navidad podía generar un enorme ambiente de paz, capaz de frenar conflictos bélicos?… ¿No? Si eres escéptico, te invitamos a leer las siguientes historias «increíbles» respecto a guerras que fueron suspendidas precisamente en la Noche Buena.
El primer relato es el siguiente y ocurrió durante la Primera Guerra Mundial. Según guioteca.com, a todos los combatientes que participaron en este conflicto bélico, sin importar el bando al que pertenecieran, se les prometió que volverían a sus casas para celebrar la Navidad de aquel año (1914), pues no creyeron que las hostilidades se prolongarían por tanto tiempo.
Contrario a los pronósticos, había terminado el mes de noviembre y la guerra continuaba. Llegó el 24 de diciembre y en el llamado frente occidental, el ejército alemán colocó a lo largo de sus trincheras árboles de Navidad, mismos que habían sido enviados por el gobierno de su país para que pudieran celebrar esas fechas.
En el paquete, también venían raciones extras de pan, salchichas y diversos licores, lo cual alegró a los combatientes, quienes decidieron poner pausa a sus actividades para sentarse en su frente, cantar villancicos y de esta manera celebrar la fecha, señala es-laguerra.blogspot.mx.
A lo lejos, las tropas británicas se percataron que había muchas luces del lado de los enemigos. Con ayuda de unos binoculares, se percataron que los alemanes habían encendido velas, además de luces que adornaban los árboles de Navidad. A los pocos minutos, una melodía peculiar entonada por los germanos llegó a oídos de sus rivales; se trataba de «Noche de Paz», canción tradicional de la época.
Poco a poco, los soldados de ambos bandos abandonaron sus trincheras, dejando las armas, y se encaminaron a territorio neutro. Ambos pelotones escribieron en un pizarrón «Feliz Navidad» y los soldados salieron uno a uno con las manos en la nuca. Los rivales se olvidaron por unos minutos de sus rivalidades y se fundieron en un abrazo.
Soldados alemanes e ingleses se sentaron alrededor de una gran fogata; intercambiaron obsequios, como pan, barras de chocolate, banderines, botones, entre otras cosas. El 26 de diciembre, en punto de las ocho y media de la mañana, los capitanes de cada frente dispararon tres veces al aire, lo cual indicó que todos los hombres debían regresar a sus puestos y continuar con la bélica labor a la que fueron enviados.
Una historia muy similar ocurrió casi tres décadas después y precisamente en la Segunda Guerra Mundial. Durante este enfrentamiento se suscitó la conocida «Batalla de Stalingrado». En ella midieron fuerzas el ejército soviético y el alemán y es una de los combates más sangrientos de este episodio de la historia, pues murieron más de dos millones de personas, en su mayoría civiles.
Algo extraordinario ocurrió la noche del 24 de diciembre de 1942. La tropa soviética es quien más estragos sufría en aquellos momentos. El invierno era sumamente crudo y a ellos les quedaba muy poca comida y leña para calentarse. Con la intención de levantarle el ánimo a su ejército, el gobierno de la ex Unión Soviética decidió regalarles un concierto de música clásica, el cual disfrutarían en el centro de Belgrado, al aire libre.
Uno de los violinistas de la orquesta llamado Boris Goldstein decidió dar un paseo por tan desolador paisaje y cuando llegó al cuartel de sus compatriotas, quedó impactado de lo que ahí encontró, así como del estado de los combatientes. Fue por ello que Boris decidió dar la mejor actuación de su vida.
El violinista tocó de todo; desde piezas clásicas de su país hasta las melodías más conocidas de autores como Johann Sebastian Bach. Gracias a los altavoces colocados estratégicamente para que todos pudieran gozar del espectáculo, los alemanes escucharon la música de Bach. De la nada, dejaron de escucharse disparos y truenos, pues la virtud de Boris, unida al talento de Bach hizo que por un momento, los soldados vivieran paz y armonía.
Durante una hora y media, Stalingrado vivió en completa paz, anhelando que la música hiciera un milagro, el cual, desafortunadamente no llegó en ese momento, sino varios meses más tarde.